Conté los pasos que hay desde mi mesa de trabajo hasta el silloncito al sol.
Uno, dos tres.
Tres, debo reconocer que mi casa no es muy grande.
Frente a mi poltrona, casi siempre cómoda, la pantalla delgadísima del nuevo televisor que me recomendó Javier.
Es una pantalla negra y presuntuosa que no encaja demasiado entre los estantes de mis libros envejecidos y los cuadros de algún amigo que se fue. Pero desde allí asoman calles de lejanos lugares, noticias de credibilidad escasa y recomendaciones de qué debo beber, qué debo comer y cómo debo lavar.
Si a esto añado que de vez en cuando un silencio espeso me hace compañía, se podría deducir que todo va bien.
Así que tomando lo bueno por lo habido y lo habido por lo recordado espero no molestar demasiado si un día de esos me decido a tomar el tren.
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