Por las calles del alma
se extravía uno algunas veces,
son callejas de hondo quebranto,
tortuosas y palaciegas.
Sus afiladas aristas
te hieren las manos y la cara al menor descuido.
Algunas travesías no llevan a ninguna parte
y hay que retroceder con premura.
En otras, un hilo de cobre
oscila cerca del cuello en una amenaza
persistente.
Desde las ventanas
que oscilan como candelabros
penden labios y reproches,
y alguna paloma alza el vuelo.
Por la avenida central
cruzan coches, peatones y algún entierro
aunque también hay “limosneros”
que piden en las esquinas.
Al doblar un recodo me encontré un perro,
me imploraba con la mirada, un pedazo de pan o un hueso
pero yo seguí mi camino sin hacerle caso,
mi autobús se acercaba y no quería perderlo.