Cierro el armario de maderas ajustadas,
salgo de mi y vago entre los rieles del ferrocarril de las cinco.
La ciudad se despide poco a poco de la tarde
algun geranio amarillea
entre balcones y ventanas.
En la plazuela
unos niños juegan como si no tuvieran miedo.
Estas calles que vocean
son el sueño que enmudece entre las piedras.
Acelera el tiempo, su reloj constante,
oscurece tras las nubes, los niños ya marcharon
y se afilan las montañas como libros y mordazas.
Los gritos callan, los gestos enmudecen,
el silencio permanece, las miradas son palabras.
Sólo un canto pende y vacila suspendido entre hilachas y sicomoros,
es el canto de las aves rezagadas, antes de volar.
viernes, 18 de septiembre de 2009
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