domingo, 3 de julio de 2011

CALLEJEANDO

Por las calles del alma
se extravía uno algunas veces,
son callejas de hondo quebranto,
tortuosas y palaciegas.

Sus afiladas aristas
te hieren las manos y la cara al menor descuido.

Algunas travesías no llevan a ninguna parte
y hay que retroceder con premura.
En otras, un hilo de cobre
oscila cerca del cuello en una amenaza
persistente.

Desde las ventanas
que oscilan como candelabros
penden labios y reproches,
y alguna paloma alza el vuelo.

Por la avenida central
cruzan coches, peatones y algún entierro
aunque también hay “limosneros”
que piden en las esquinas.

Al doblar un recodo me encontré un perro,
me imploraba con la mirada, un pedazo de pan o un hueso
pero yo seguí mi camino sin hacerle caso,
mi autobús se acercaba y no quería perderlo.


sábado, 18 de junio de 2011

.EL TREN DE MEDIANOCHE



Conté los pasos que hay desde mi mesa de trabajo hasta el silloncito al sol.
Uno, dos tres.
Tres, debo reconocer que mi casa no es muy grande.
Frente a mi poltrona, casi siempre cómoda, la pantalla delgadísima del nuevo televisor que me recomendó Javier.
Es una pantalla negra y presuntuosa que no encaja demasiado entre los estantes de mis libros envejecidos y los cuadros de algún amigo que se fue. Pero desde allí asoman calles de lejanos lugares, noticias de credibilidad escasa y recomendaciones de qué debo beber, qué debo comer y cómo debo lavar.
Si a esto añado que de vez en cuando un silencio espeso me hace compañía, se podría deducir que todo va bien.
Así que tomando lo bueno por lo habido y lo habido por lo recordado espero no molestar demasiado si un día de esos  me decido a tomar el tren.

jueves, 19 de mayo de 2011

EL MAR DE LOS SARGAZOS




Me duele la escarcha
de este silencio que me llega sin decir nada.

Me apaño en un avispero de palabras olvidadas.

Si sacudo los brazos con energía
esparzo a mis pies memorias y algún recuerdo

que

como gigantes en el mar de los Sargazos
se hunden inexorables en el descuido.

La primavera asesinó impunemente
el aire helado de las mañanas
y ya no es posible
acurrucarse junto al fuego
y dormir plácidamente sin nada que soñar

miércoles, 18 de mayo de 2011

UN BARCO DE VELA



Escribí una carta, punteando mis silencios entre las palabras.
La escribí seguido, la cerré y busqué su destinatario.
Permanece en mi bolsillo y sólo de vez en cuando se mueve un poco reclamando su viaje.
Pero los días se cruzan con las semanas
y mi carta permanece.
Sin ir más lejos
el otro día enfilé una calle y justo en la esquina dos adolescentes se besaban.
Y hoy, sin querer la cosa, un recuerdo se me quedó quieto justo en las pestañas, lo  cierto es que no sé muy bien qué hacer con él.
Quizás lo añada a la carta como un “estrambote” fin de curso o algo así.
Pero la carta ya está cerrada, lista para el correo y no voy a rasgar un sobre y estropear su inexistente caligrafía.
Cuando regrese a casa, cerraré la ventana que da a la calle, encenderé un cigarrillo y esperaré.